lunes, 4 de enero de 2010

TRANVÍA



La palabra que canta es un litio derramado. Tiene el vítreo acento de un bar meditabundo donde el tranvía recorre el riel de la locura.
Y la palabra loca no es diagnóstico en psiquiatría, no se vende en las bodegas ni boticas como los abrazos pañuelos o bufandas que abrigan yugulares paralelas a los días.

La palabra que canta, canta como las puertas viejas que se abren y volteas con escalofrío desovado, cruzas centímetros cuadrados en la noche de diciembre y aguardas como el hielo del vaso las ubres de un ron añejo.

La palabra que canta se injerta en los números. Suma la palabra otras palabras, multiplica las palabras del silencio, divide las primeras que susurran y sustrae el diccionario de la lengua que lame escaleras a la luna.

Las matemáticas dan el infinito vasto de praderas, de caminos sobre ciclos de opio en la mente espuma de mar o de cerveza.
Y la palabra que canta se lanza desde un trampolín carnoso y rebelde a las leyes de la física vuela como un invertebrado de colores.

Sólo es soluble la palabra a la sangre de los corazones tibiamente condenados a los puentes rotos.

La palabra que te canta y te abraza proviene del pecho que se agranda salvando al otro evaporado.

La palabra que canta amor por amor, orgía: es la máquina reproductora de la vida, el motor de este tranvía que penetra los túneles que guardan en los círculos azules el vientre de las palabras que nacen y nos reproducen en las cavernas, nos desatan de las piedras y nos dicen:

- N U N C A M U E R A S-

pasajero del tranvía sobre el riel de la locura

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